Viejos Libros



Manipulo mis viejos libros  haciendo un titánico equilibrio en  mi desarreglada biblioteca. Ideas desparramadas como fuegos artificiales que se desvanecen en la oscuridad, la tarde decidió apagar todo destello solar, por eso, la penumbra reina y todas las tardes no son lo mismo desde que no estás.

Mi banco de memorias no sustenta tantos recuerdos fugaces y mis libros se llenan de conceptos extemporáneos.¡En el mundo ya no se puede vivir sin agua!. Que incomodidad.  ¡Creo hallar la razón de tanta metáfora en contra de los desiertos! Sin embargo, me levanto con aplomo, intento mirar hacia el jardín: nada digno de admiración, me vuelvo a los libros, donde plasmaron hombres pensadores revolucionarias imágenes  fantásticas sobre libertad, sin pulsar una tecla en el origen de la opresión; ¿Cuál es el nivel de libertad de un ser que oprime a otro?.

Mi perra asume que estoy enloqueciendo. Yo no la contradigo. Ya no invierto tanto tiempo en ejercicios, la bebida gana espacios en mi precario tiempo, Debussy delira dentro de las muy golpeadas cornetas que algún día afortunado, tuve el acierto de comprar a la corporación Lenovo. ¿Ejercerán control sobre los libros algunos perjuicios?; primero tendrían que valerse de existencia, sin duda, aun sin existir, hay libros diabólicos, perjudiciales, malignos. A mí me sirven para recordarte, me complace saber que en algún tiempo viajaron apretados a tu pecho, sobre tu seno izquierdo. Me complace saber que alojan dentro de sí, algo que yo no sé, algo que nunca sabré y restos de tu ADN, me perturba que no descifren el hondo significado de la ausencia. Tu ausencia.
Quedo a merced de una brutal incertidumbre. Los príncipes ya no rigen los estados, ni esas ecuaciones son útiles para el desarrollo de motores asíncronos, libros viejos que pululan en veranos con sus hojas marchitas arrastradas por el viento, libros ancianos mendigando un poco de vigencia en redes cibernéticas donde una fluctuación de electrones desmienten a Darwin, al tiempo que se someten a los designios de un tal George Bool.

Hojas muertas donde se erigía al maestro como líder y se idolatraba a artistas ya fenecidos y que muy  pocos recuerdan. Derechos de autor consignados en tribunales siniestros consagrados al más abismal de todos los olvidos. Crónicas de hombres a caballo en un mundo de motociclistas, historias de audaces guerreros e intrépidos espadachines que dieron la vida por el trono donde los emperadores, se cagaban de la risa ante la hipotética ilusión de un misil tele dirigido. No creo que haya  en este mundo, persona alguna que te recuerde tanto como yo, quizás porque el tiempo es breve para amar y vivir (que es lo mismo) alguien inventó la cursilería y la disemino en libros de poemas y canciones desazonadas tan patéticas como celebres.  

Para que no mueran los recuerdos, para releerse y re-escucharse, evocando aquellos sucesos fugaces e inconstantes que despertaron el divino y cuestionado germen de la felicidad. No quiero describir el terror que los libros obsoletos reproducen en mi subconsciente, así como no quiero pronunciar una palabra vinculada a los sinónimos de la soledad, elijo ahogarme dentro del vaso donde serví mi último trago y aceptar con gallardía de quijote el papel que los abominables duendes del destierro escogieron para mí.

En algo que debiera ser una réplica de mi retina, dentro de mi cavidad craneana, guardo junto con otros asuntos ligados al recuerdo, una imagen perfecta de la visión última  de tu cuerpo.

Le debo mi saber, a unas páginas, hoy turbias que diluyen las opciones que tengo para amar (o vivir que es lo mismo) a un número infinito de deberes y obligaciones fallidas, por ejemplo: mi perra asocia mi locura a tu inevitable despedida; pero su percepción cambia, cada vez que pongo esmero en alimentarle, por lo tanto, mi cordura prevalece sobre la presunción frustrada de un disturbio emocional causado por tu partida.

Luché por mantener mi fe en aquellas demandas que subraya el sentimiento... he sido un producto irracional de cónclaves histéricos cuya efecto visible se disolvieron en rabias y omisiones, porque no quise ser el paladín que los libros reprodujeron en tus sueños, fui mas bien, demasiado real, demasiado imperfecto, como diría Nietzsche demasiado humano para merecerte.

En los viejos libros que mi destierro y la suma de mis miedos condenan al abandono y al desprecio, se va el aroma que desprendía tu cabello intervenido por el viento de los veranos frugales, aquellos: juveniles y de tiernos  carnavales dibujados en tu piel.

Vivimos tiempos de libros, bajo la sombra en el frío, en días lluviosos y soleadas esperas, eran tiempos donde las páginas por escribirse nos ofrecían sus líneas. Todo lo negamos. Sucumbimos ante  el avance de las auroras y ocasos que ingenuos textos dibujaron en nuestras voluntades para mentirnos dulcemente en la suprema fantasía de que el amor, vencía las distancias y era capaz de sobreponerse a la muerte. Un legajo de finas hojas que el tiempo ha tornado amarillentas, se desliza por mi mano con la actitud monstruoso de las bestias  marinas  con que nos ilustró Verne sus viajes; tal como materializaste el tuyo, sin boleto de retorno.

Libros tan antiguos, que el paso del tiempo los hizo incapaces de superar el avalúo de los agentes aduanales y demás costos de acarreo. Textos que subsisten planteando pertinazmente una improbable  resurrección de los cuerpos que han muerto. Viejos libros tan amados, que mi desidia obscena  conducirá irrevocablemente a la incineración. Con ellos, arderá todo lo que fui, todos mis recuerdos todo lo que tuve y lo que ame.   

Comentarios

  1. Hermoso aunque en momentos no comprendo,sin embargo siento que lo lo escribiste desde el centro de tu alma

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