El sendero de las luciérnagas

La noche abraza con ímpetu el fortuito yerro de mi extravío, los arboles esconden sobre sí el brillo de estrellas y reflejos lunares, al centro del tenebrismo, mi cuerpo vaga por el hábitat de fieras y serpientes, emitiendo ruidos torpes sobre hojas secas, a tientas, flagelado por las ramas de impertinentes arbustos, no hay espina que desprecie el jugo de mi sangre ni insecto que ignore mi frágil piel, si mis pasos dan al humedal podría morir. Cuando el miedo abre sus tenazas sobre mi calma, es entonces, cuando las luciérnagas forman el axioma del teorema de la vida. Soy un sobreviviente de la selva: dioses y demonios no son más que conjeturas antagónicas de un pávido universo.

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