El impacto


El rugido de su motor violentaba todos los límites de aislamiento sonoro, ceñido a su cintura, viajaba la pasión, el deseo y la lujuria. 

Todos los ojos de este barrio miraban a Güili, unos con admiración otros con afecto pero ninguno indiferente, Güili había sido hábil en abrirse espacio entre malandros, militantes y por supuesto, autoridades y demás habitantes. En los momentos en que los colectivos y guardias se batían en enfrentamientos, Güili era el único con salvoconducto implícito en su frente y el escape de su moto, podía salir por el norte y entrar por el sur bajo la venia de ambos bandos y con el sello verbal de –dale pana-. 

Ganarse el respeto sólo en los andamios no era fácil y muchos menos posible en este entorno. Güili tenía un carisma inusual que respaldaba su empatía y generaba señales de confianza a pesar de su lenguaje reñido con las reglas mas elementales de la academia, tenía el estigma del hampa mezclada con un espontaneo humor. Era el ejemplo que ninguna madre sensata anhela para su hijo, porque su simpática presencia emitía mensajes incorrectos, confusos, distorsionadores, su éxito era una mala traducción del idioma que hablan los triunfadores, su señales querían decir de algún modo que:- las aulas sólo son útiles para los inseguros-.  

Una sabiduría innata le había abierto el camino a muchos negocios en la industria de la construcción, sin incurrir el predios ilegales pudo obtener jugosos beneficios económicos que sin intentar presumir de ellos le era difícil ocultarlos. En los arrabales es difícil escapar del abrazo letal de los vicios que este encierra, Güili no fue le excepción, por eso se acomodaba –pero solo con hierba- según sus propias palabras. 

Hay quienes dicen que el destino no se puede detener, pero si se puede atenuar el peso de su demoledora maquinaria durante su curso. Un sábado en la mañana los lamentos no se hicieron suficientes para responder a una noticia que se esparció del mismo modo como quedaron los restos de Güili esparcidos sobre el pavimento, el impacto debió ser brutal, capaz de inmovilizar a un corazón y un motor que no fueron programados para estar estáticos.

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