El reflejo de un Espejismo.


En una época en que sus habitantes eran casi todos analfabetas, San Catarino de la Uña llegó a tener la biblioteca más grande y mejor equipada de la región, funcionaba en la antigua sede de la primera gallera que tuvo el pueblo, eso fue después de la brutal epidemia de peste aviar que extinguió en su totalidad todas las aves de corral y contagió a los caseríos limítrofes, y a cuanto bicho andante tuviera el cuerpo cubierto con plumas. La biblioteca estaba bajo el resguardo de un sacerdote franciscano de apellido Uriretagollena, quien fijó su sitio de residencia en las verdes laderas del cerro el Peine, y emprendió la referida actividad, una vez que se vio forzado a cerrar la iglesia de modo permanente, ya que los habitantes de San Catarino se negaron masivamente a acudir a las misas, a las citas matinales de los domingos solo asistían cuatro viejas solteronas de la comunidad, por lo cual desde el punto de vista espiritual y económico dejó de ser un acto posible. 

Esta historia me lo contó Jean Paolo Terso durante uno de los días de su breve periodo de abstinencia etílica, en la sede del registro principal de ese pueblo, cuando fungía como registrador principal de la entidad. La reunión se efectuó en su despacho, fui invitado por mi amigo: Enio Vandermosth , la conversación se centró sin darnos cuenta , en determinar el gentilicio de los nacidos en San Catarino de la Uña, estuvimos largo rato apelando a espontaneas construcciones que intencionalmente ahogabamos en los sorbos de café por inconsistentes y disparatadas. Luego, en un giro inesperado de las expresiones semióticas, nos miramos las caras con el desconcierto propio de quien no entiende lo evidente, - no pueden tener gentilicio- exclamó el registrador, en un gesto de extrema sorpresa, y en cierto modo absorto sentenció: -el pueblo nunca fue fundado- en un intento por recuperar el equilibrio emocional, tome una ligera bocanada de aire, cerré los ojos por un par de segundos, al abrirlos ya no estaba Jean Paolo Terso detrás de su escritorio. 

Enio, notando mi inquietud, me colocó una palma en el hombro derecho, no dijo nada y me miro con acento de comprensión, me resigné ante el reflejo de las ilusiones que se proyectaban en sus pupilas y eran convertidas en palabras por un código traductor de espejismos, fue entonces cuando inferí que en esa biblioteca que es la más grande y mejor equipada de la región, los libros están llenos de historias que: nunca, han acontecido.

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