Ásperas caricias musicales

Escogimos la música para homenajear a las madres, era un mayo de un año bisiesto, con catorce eneros contados, el mundo es un manjar servido a tu merced. Un viejo bajo Fender, una guitarra con cuerdas metálicas y un roído bongó cuyos cueros de chivo reemplazamos por láminas de radiografía recicladas, servían de marco rítmico a unas voces sin otra virtud que el entusiasmo. 

El improvisado escenario se vistió de una majestuosidad digna de cualquier sala del legendario Broadway, pero más colorido aún, ya que las imágenes que procesaban nuestros órganos visuales provenían de un televisor blanco y negro. Las madres lo merecían. La fiesta duró hasta medianoche, músicos de todos los rincones se unieron en una hermandad tan austera como precaria, una lluvia de consejos, recomendaciones y trillados trucos prosiguió al evento que fue como una talla sobre piedra en la memoria de muchos, hubo baile y alegría, con el sonido, la sensación de dicha somete penas incrustadas en los torrentes internos por donde viaja el sentimiento. 

Nos quedó una grata experiencia y un marcado amor por la música, desde muy adentro, el rigor de la realidad es una riada en la llanura y los sueños son esa colina donde se guarece quien intenta nadar contra la corriente. En el desafuero de las voces y las rústicas emisiones melódicas sintetizaba aquella máxima expresión amorosa de la filiación maternal, como quien intenta ver en la oscuridad o escuchar en el vacío. El barrio aplaudía, la euforia era colectiva, una nueva edición era necesaria, un cosa es la voluntad y otra muy distinta el talento, sopesando los cumplidos decidimos, al año siguiente hacer una obra de teatro.

Comentarios

Entradas populares