Cierro los ojos para oír mejor

La  noche preñó de sonidos el espacio con una irreverencia inusual, alrededor de una improvisada tarima, cuerpos volubles se agitan al compás de una música sorda y descarriada, pero con un tinte propio, ajena a toda estética danzas y sonidos forman un espectáculo visual amable, complaciente y placentero. Como en la fiesta de Serrat, por esta noche todos estarán vinculados por las disonantes notas que desflora el arrabal, el aire toma un raro aroma de sudor alcoholizado, atrás quedaron los putrefactos vahos de las excretas humanas sobre el pavimento, el hambre y la sed son recuerdos pasajeros tras el trago de cerveza caliente. Por lo pronto, solo importan dos cosas: la música y el baile. Las miserias internas no saltan a la vista, las externas, son mucho más tangibles el entorno no los puede detener ni por un segundo, la cacofonía adquiere niveles sublimes en aquel orificio indefinido del cuerpo humano que llaman alma, el baile lía al ritmo de un tambor deliciosas caderas sensuales en un vaivén impúdico, los rostros emulsionan en un torrente de gozo donde nadie tiene edad propia sino el promedio determinado por la edad del ritmo que se deja oír en  todas las oscuridades, en todos los silencios. Como un hada madrina la madrugada llega con su manto de fría realidad, el cansancio hace su exorcismo en aquellos cuerpos que al fin y al cabo no son mas que de carne y hueso, que llevan en su pecho y sus cabezas inmensos pesos de pasiones y tormentos, gentes cuyo reducto torpe y miserable adquiere formas felices con las sobras que otros arrojaron al mismo espacio donde el ruido se hace música. El hambre retorna a sus fueros aniquila los visos de alegría que puede brindar una noche de cualquier carnaval urbano, el rey peligro vuelve a su trono cobrando impuesto de sangre en las esquinas, prevalece el mas ruin y felón de los sentimientos en las despiadadas manos con extensiones de acero, a lo lejos, una sirena que se aproxima sin garantías de llegar a tiempo perturba el hondo eco que dejaron los tambores en mi mente, apoyo la mejilla sobre el hormigón de la acera mientras mi sangre se mezcla con el orín que viaja con agua negra por la cuneta, el bajo aun resuena, aprieto los puños y  cierro los ojos para oír mejor.

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