Obreros y ateos

La libertad es un acontecimiento finito delimitado por los vértices del pensamiento, así especulaba Jean Paolo Terso, sus palabras golpeaban como el martillo del latonero sobre el metal de nuestros tímpanos, una tenue manera de  arrancarte el sueño y hacerte despertar, cuan dolorosa puede ser la realidad,  -libertad: que significado tan  complejo, quizás efímero o confuso-, continuaba blandeando sus ideas frente a las cabezas mas duras e impenetrables del mundo, no hacia tratados de fe ni patriotismo, ni arengas proselitistas, nos hablaba  considerando lo ignaros y torpes que habían sido nuestros comunes procesos de formación. Él lo sabia, venia del mismo lecho, formaba  parte de esa camada de hombres que suelen ser buenos, marinos, buenos soldados, grandes amigos , pésimos en las artes del amor y ese mito llamado suerte. Cualquier medio día es corto cuando se tienen deudas con el entendimiento, hay que volver a la maquina, no quedan  mas opciones, el dios de los obreros es  muy austero en asuntos de tiempo y sus implicaciones monetarias.  -¡Ah pero la libertad, libertad! Cuanta noche para soñar, cuanto espacio para almacenar esperanzas-  qué sirven de mucho cuando se vive y sobran cuando uno muere, igual que la fe; así, de pronto, los rayos solares impulsan los cambios en los dígitos del reloj y se van acabando las jornadas, los descansos y la propia vida. Jean  Paolo no se apiada de las miserias ajenas, las escarba, las manosea y hace malabarismos con tus desgracias, pretende hacerte despertar, aunque ni él ni tu ni yo sepamos con que fin. El patio sombreado de mangos es un  reguero  de hombres tendidos con la mirada perdida en el azul del cielo, -en toda relación obrero patrón hay un reloj de por medio, cuya cadencia es directamente proporcional al deseo de una de las partes- nuestra libertad esta condicionada por timbres, puertas y relojes ha sido y será siempre. En el péndulo de la gloria caben hombres de todas las clases, mas sólo podrán acceder a ella los perseverantes. Como bien lo ha entendido Enio Vandermost, quien ya tiene mujer e hijos que mantener, se incorpora, cubre el torso con su braga y justo antes de sonar el timbre exclama – ¡hay que volver a la maquina!. La filosofía de Jean Paolo no da de comer… ella sí -   

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