Ciudades Insuperables

Nacer en un lugar puede ser un simple accidente. La relación afectuosa entre un individuo y la geografía es un sentimiento condicionado y en ocasiones sigue el curso de misteriosas complicidades para conducir a un mismo efecto, que algunos optimistas sempiternos llaman amor. Nadie ha sido capaz, al menos hasta hoy, de escoger su lugar de nacimiento, se nace donde se puede, donde lo definan las circunstancias; en contra posición es perfectamente posible decidir donde morir. 

En ese afán que existe cuando pretendemos vincular el lugar donde nos parieron con nuestras vidas, surgen enormes conflictos emocionales, atroces atropellos de identidad que te destierran de un lugar que todos los documentos legales dan aval de que es tuyo, pero no perteneces a él ni él a ti, donde unos hombres denominados paisanos, por siempre han vivido a la sombra de la felonía y el engañó, donde las ideas se convierten un diluyente de la amistad, donde la atmósfera se obnubila con la onda percepción de decadencia, masas inmensas inmersas en la superstición, añorando suprimir unas carencias gestadas por su propia desidia, biosfera salvaje y brutal, torpe y despiadada. 

Vertiginosos desplazamientos dan lugar a enormes y majestuosos edificaciones bruñidas en suntuosidad prestas a saciar hambres de tipo y a todo escaño, promesas baldías de una cultura sin arraigo ni ética, pretensiones y canciones se confunden en el espectro sensorial de la limosna y la plegaria, el sexo usurpa los templos del decoro e irrumpe en los cimientos de los amores auténticos, mientras esto transcurre soledades y miserias pasan desapercibidas ante los torrentes de dinero que emergen del subsuelo. Mi psiquis, y todos mis sentidos se confinan en el fondo del abismo de la indefensión ante el poderío descomunal, abominable que muestra ante este diminuto ser… la ciudad que nunca pude superar.

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