Loca


Las calles se abrían a su paso revelando signos de pertenencia eternos e infinitos, todas las paredes negaron el resguardo que alguna vez ofrecieron, la vida suele transcurrir a la intemperie, al igual que el amor coexiste en la guerra, contraponiéndole obstáculos al destino. En una mezcla de extraños sentimientos envueltos en el azar y la angustia los destellos de luz en lugar de iluminar, enceguecen, gritos de auxilio se pierden en océanos de absoluto silencio, aullidos desgraciados, desterrados de toda escala musical aparecen perturbando los trinos, desovando los tímpanos, irrumpiendo en la placidez de pensamiento insanos. 

El hambre ajena es un asunto de causa y efecto más que de humanidad, dado que las ciencias, rara vez consideran la caridad como objeto de estudio y sus resultados inmediatos en términos materiales, los hombres se desplazan erguidos sobre esta como si caminasen en un campo sembrado de cadáveres absortos en la indiferencia. De allí que en ocasiones dejemos partir los trenes sin percatarnos de que en ellos viaja aquella panacea que toda vida desea encontrar.

La conocí un domingo muy temprano, trotaba tras de mi con una gracia desmerecida por una piel invadida por la sarna, me persiguió por toda la ruta de mi carrera matinal, sobre su evidente desgracia sobresalía una conexión quizá de otra existencia, de esos lazos irreductibles que te vinculan misteriosamente, sin explicaciones racionales, la ignoré: como a los cadáveres del campo. Mi sed fue mas fuerte que los olores de su indigencia y mi sudor más caliente que el pavimento que ella pisaba, así que mi mirada tomó otros cursos y mi mente abordó otros estadios menos sufribles, menos reales. 

Al día siguiente los oídos más desarrollados y más sensibles de mi hija, percibieron unos melancólicos y a la vez tiernos gemidos que venían de la calle, clamando por agua, sin mediar en quién y por qué, le abrió la puerta, le brindo socorro, saciamos su hambre y su sed y cada uno de nosotros la alojó en el más cálido lugar de nuestro corazón. 

Hoy, cuando las nocturnales sombras, se deslizan sobre los techos a tomar los rincones como si estos albergaran almas de mendigos fantasmagóricos, se escuchan sus ladridos, trascendiendo los océanos de absoluto silencio, en defensa de nuestro espacio, nuestros bienes y el amor mutuo. 

Loca, la llamamos.

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